29 de enero de 2009

Casual Day. Max Lemcke

En ocasiones me acerco a las páginas de cine para buscar información sobre la peli que acabo de ver, para aclarar, por ejemplo que una peli estrenada un año fue producida un par de años antes y que por problemas de distribución no se pudo estrenar antes, fenómeno bastante habitual por estos lares. En algunos casos la gente deja comentarios sobre lo que le ha parecido la película, y me encanta leer los comentarios porque me doy cuenta de que vemos lo que queremos ver, todo el tiempo: una argentina viendo cine argentino verá la mejor producción del año, tienen un patriotismo en toda América sólo comparable al chovinismo francés; algunos sólo ven que la estrella de la película hace un papelón, o que si la historia les conmueve o si se la recomendó Pascual y por eso es buena. En este caso me he encontrado con alguno que no le gustó porque le falta desenlace. Supongo que por eso los comentarios de los que no somos expertos en la materia deben ser en primera persona. Sin duda me ha parecido una gran película, con una actuación de todos y cada uno de los actores superior a la media: Malena Alterio en su pequeñísimo secundario destaca, así como Alberto San Juan. De Juan Diego o Luis Tosar qué voy a decir si son dos pesos pesados de la interpretación en este país, aunque mi gustos se inclinan más por Tosar, un tipo con cara común que interpreta perfectamente las debilidades, y las mezquindades, del hombre común. La trama transcurre durante un día en la que una empresa organiza una dinámica de grupo en el campo. Una comedia ácida, muy ácida, con un sentido del humor muy nuestro, que somos capaces de reírnos de lo peor de nosotros mismos frente al espejo, nos muestra al psicólogo que no resuelve nada pero muy metido en su papel, eso sí; al pelota de la empresa; al frustrado perenne; al enchufado; el jefe déspota; a la becaria vapuleada. Desde luego un humor mucho más hiriente que el anodino y sencillo de Cámara Café, porque ésta, en el fondo, es una peli que habla de cosas serias, de nuestros miedos y ambiciones que nos encadenan, que hacen que traguemos con tal de no perder lo que, se supone, poseemos. Por eso lo único que nos queda en determindas circustancias es coger aire y aguantar.

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