31 de enero de 2009

Urtain. Animalario

Anoche tuvimos el privilegio de ver en Altea a este grupo de teatro. ¿Quién dice que sufrimos una crisis cultural? Hay que estar ciego para no ver que en este país, tan pequeño, tenemos verdaderos talentos, no hace falta irnos fuera para ver lo mejor. Claro que Eugenio Barba impresiona, o Peter Brook, pero aquí tenemos directores de la talla de Calixto Bleito, o grupos como la Fura. No menciono a otros que con tener oficio y ser buenos directores de actores no me parecen que renueven con cada puesta, que me emocionen de la misma manera, o más aún, que me revuelvan las entrañas. Porque el arte, podrán no estar de acuerdo pero se equivocan, debe conseguir modificarte, de alguna manera, tu forma de pensar o de sentir, sustancialmente. Después de una buena obra, de ver realmente arte, no puedes volver a ser el mismo.

Urtain tiene esa cualidad, de teatro bien hecho, de interesantes efectos visuales al más puro teatro, este arte intensamente posmoderno, pues en el mismo momento de su representación cambia, mere, qué menos eterno, qué más fugaz.

Anoche vi una obra bien medida, en tiempo, en juego de luces, movimiento de actores, en mezcla de efectos visuales procedentes del cine con elementos intrínsecamente teatrales. Impresionante fue la actuación de Roberto Álamo, sin duda ha conseguido ser Urtain.

Anoche vi una obra que nos hablaba de un hombre, pero también del país en el que le tocó vivir, al que representó, el que le traicíonó. Como hombre Urtain sufrió la ascensión-gloria-caida de un boxeador, usado por sus amigos, por la gente de su entorno, historia que nos han contado tantas veces y que nos sigue emocionando, porque nos muestra nuestras debilidades, nuestros miedos, nuestras frustraciones. Podían hablar de un boxeador, o de un cilista, un jugador de fútbol o un actor de moda, de todos aquellos que sufren la fama, y mientras estás allí, todo son sonrisas, y amores y amigos. Pero en el olvido sólo existen esos flotadores que uno mismo busca, a veces el alcohol; otras, la droga; al final, la muerte. Una obra que nos hablaba también de este país, de su transición, gloriosa, en la que personajes de farándula nos son mostrados con esperpento, en la más pura tradición literaria, pero actualizada: Raphael, el cantante del régimen; Adolfo Suarez, de director de RTVE a estandarte de la transición; Jose María García, el cacique del deporte; Eugenio, contando chistes, aunque éste, maldita la gracia.

Lo pero de la noche, cuánto lo siento, fue el público, que tuvo la descortesía de abandonar la sala antes que los actores terminasen de saludar, no porque no hubiese gustado la obra, sino porque la confundieron con una representación escolar.

No hay comentarios: